domingo, 24 de junio de 2012

¿Somos menos sensibles?


Desde que nos hemos acostumbrado a vivir en la era audiovisual, el ser humano parece que haya perdido algunas nociones. Es normal para nosotros conocer la imagen de los hechos, vemos frecuentemente fotografías o vídeos en los que atribuimos una realidad a un contexto específico. Tenemos la posibilidad de informarnos, de buscar cualquier dato y tenemos la actualidad al alcance de la mano, a sólo un click.

A menudo visualizamos imágenes de muertes, atentados, accidentes, desastres naturales, etc. y no nos inmutamos. No gritamos, no lloramos, no nos horrorizamos. Se ha vuelto tan cotidiano ser testigo de la crueldad, la desgracia y la miseria que lo hemos aceptado sin tarjeta de visita. Es posible que haya visto imágenes de este tipo mientras almuerza y no haya apartado el plato. ¿Es que estamos acostumbrados a observar tsunamis, matanzas multitudinarias o muertes por violencia de género sin que nos afecte?

Tal vez el contacto con lo digital, con lo inmediato, ha hecho que dejemos de preocuparnos por lo que ocurre. Si no nos impacta ver a niños en el cuerno de África que luchan a diario contra el hambre atroz, mientras nosotros tiramos comida y podemos elegir qué bocado saborear, y si estas imágenes no nos roban un pensamiento, quizás es que hoy seamos menos sensibles.

Y digo “menos sensibles” porque hace unos años que se revelaran situaciones adversas y extraordinarias, en el sentido estricto del término, podía llegar a conmovernos, a generar debates y a hacer que cuestionásemos algunos asuntos. Recuerde, por ejemplo, el caso de la mujer que condenaron a lapidación y cuyo caso conmocionó a la sociedad europea, hasta el punto que fue liberada de esta condena. Hoy escuchamos hablar de la prima de riesgo y hacemos oídos sordos. No nos impacta, no nos asusta, no nos moviliza, no hacemos más, no pedimos explicaciones.

Nos hemos acostumbrado a aceptar la información que nos suministran los medios de información sin ni siquiera cuestionarla y sin intentar completarla. Es común emocionarse con un partido de fútbol, pero tal vez no nos impresiona la desgracia del prójimo. Nos emocionamos con los programas de testimonios, pero ladeamos la cara al indigente que nos cruzamos en la calle o a quienes nos piden ayuda en un semáforo. Entonces, me planteo, la facilidad que tenemos hoy para acceder a la información ¿ha hecho que por ser tan común no le demos la importancia que requiere?