miércoles, 26 de noviembre de 2014

Condena social

En los últimos días ha salido a la luz el caso de los sacerdotes de Granada imputados por la vís judicial por el presunto abuso sexual de menores. La víctima relató el acontecimiento al Papa y éste lo incitó a denunciarlo. Dejando a un lado lo que tiene de singular y de mediático, no puedo dejar de significar la condena social que se realiza a los implicados en casos penales.

Ya sean tramas de corrupción, casos de abusos sexuales, terrorismo, violencia de género, etc., cuando se da a conocer uno de estos sucesos, se genera automáticamente una respuesta de repulsa por parte de los medios de comunicación, que se magnifica en la cuidadanía, y se convierte en tema de conversación.

Es injusto, claro que sí, pero lo califico como el reflejo de una sociedad madura y sensible. Si no nos impactara y no criticásemos casos de este calibre, tal vez no significarían nada y apenas serían reseñables.

Sin ir más lejos, conocimos cómo tirotearon a un niño de doce años en Estados Unidos porque portaba una pistola de juguete. En España no podría ocurrir, parece inverosímil y conllevaría un error fatal en la carrera policial de los agentes. No me pregunto por qué, sólo afirmo que una sociedad capaz de movilizarse sigue teniendo sangre en las venas.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Se llama Isabel

Mi abuela lleva una semana ingresada en una clínica de Puerto de la Cruz. Sufre una enfermedad transitoria que se le ha repetido tras unos meses. Como compañera de habitación tiene a Isabel.

Isabel es una anciana de 81 años. Es entrañable desde mi punto de vista. Delgada y con unos ojos muy expresivos. Su estado de salud es más débil que el de mi abuela; de hecho, ha sufrido varias crisis desde que está hospitalizada.

Antes de ingresar en la clínica, permanecía en una residencia para mayores. En una semana, la que llevo yo visitando su habitación, sólo ha venido una persona a verla. Según relata mi abuela, su hijo vive en el sur de la isla.

Ayer sufrió y expresaba constantemente su malestar. Había hecho sus necesidades en el pañal y no hacía más que quejarse. Yo intenté tranquilizarla a la vez que hice saber al personal que necesitaba que la limpiaran. Ella habla muy levemente y supongo que sufre algún tipo de demencia.

Créanme si les digo que habla con la mirada. Suavemente me dijo que le diera la mano y no pude resistirme. Sus dedos, fríos pero cálidos me envolvieron. Sólo necesita cariño, compañía, atención, que los sanitarios le dediquen algo más de tiempo, que la comprendan.

Dentro de su debilidad esconde carácter. Ante tanta espera y tras tiempo de haber hecho sus necesidades, expresó: "Pues me cago toda". Y lo había hecho hace rato. Solo con hablarle y asegurarle que vendrían a cambiarle se calma. Pero para esto hicieron falta una hora y veinticinco minutos.

Aquí dejo mi denuncia, que va acompañada de indignación y de mis sucesivas reclamaciones al personal sanitario, porque todos los mayores necesitan un cuidado digno, sobre todo cuando no está su familia para asistirles.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Medirse

En una sociedad competitiva, compararse con los demás es natural, pero querer superarlos es un reto que muchos se proponen día a día. Las exigencias sociales hacen que no sólo se luche por ser el más delgado, el más guapo, sino también el que más viaja, o el que se saca más fotos felices y las cuelga en facebook.

Pero en realidad ser competitivo no supone una recompensa. Estar formado, titulado, dominar los idiomas, etc. no garantiza que logres un puesto de trabajo antes que alguien que no lo tiene. Las influencias y la agenda de contactos paracen prevalecer ante la preparación.

El ritmo de vida se convierte en agónico. Cada vez hay que estar más "a la última", hay que saber hacer de todo para no acabar haciendo nada. Conducir, hablar otras lenguas, dominar las nuevas tecnologías, ser educado, estar titulado, tener don de gentes, buena presencia física, habilidades profesionales y otra ristra  de tantas otras aptitudes.

Estas pretensiones hacen que nos midamos con otros emejantes, que nos comparemos, y no siempre acabaremos perdiendo. Tal vez poseamos otras muchas destrezas que el contrario no domina ¿Qué hay de la honradez, la responsabilidad y la aplicación en el trabajo? Vaya, que eso no se valora, más vale jugar bien al Monopoly, seguro que será más práctico.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Cocinillas

La alimentación ha sufrido una transformación en los últimos tiempos. Se ha pasado de cocinar únicamente para alimentar a la familia, a realizar un arte creativo y culinario. Ejemplo de ello son la cantidad de programas de cocina que proliferan en televisión, convirtiéndose en éxito de audiencias de las cadenas privadas.

Por otra parte, el hombre ha entrado en la cocina pisando fuerte. Hace sólo unas décadas los varones no se acercaban a los fogones más que para abastecerlos de leña; sin embargo hoy son miles los que cocinan habitualmente en casa, hacen la compra y deciden cómo innovar para sorprender a sus comensales.

Desde el punto de vista técnico también se ha progresado. Atrás quedan los calderos de aluminio y los accesorios de madera para revolver los cocidos. Hoy entran en acción artilugios de silicona, cerámica, los tupperware, están de moda los robots de cocina y la Thermomix se ha convertido en un elemento todopoderoso.

Los libros de cocina han sido rebasados por numerosas páginas Web y blogs, que son un muestrario de recetas con el proceso de elaboración en imágenes.

Con todos estos avances cualquiera puede intentarlo. Hasta los niños se vuelven ayudantes entusiastas. Lo mejor de este arte es que el producto se comparte, se come y siempre existe la crítica para mejorar en la siguiente ocasión. Ánimo cocinillas, el delantal les espera.