martes, 18 de septiembre de 2012

Con chaqueta y corbata

Las apariencias engañan. Es un dicho popular que conocemos y que hemos visto cumplido en más de una ocasión. Esto me ha sucedido con un locuaz comercial con chaqueta y corbata, cuyo comportamiento me ha sorprendido, quizás porque no era lo que esperaba de alguien como él. Entro en detalles.

Hace unos días me encontré en la cola de una sucursal bancaria a una señora bastante humilde acompañada de lo que parecía ser un joven asesor financiero. Mientras nos encontrábamos a la espera, contando los minutos para ser atendidos, el hombre en cuestión no hacía más que recibir y realizar llamadas telefónicas, dándose aires de importancia. Muchos saludos, abrazos y promesas de encuentros, con pintas de quedar en vano. Permanecía muy inquieto, soportando estoicamente, para mi asombro, una sofisticada indumentaria en tiempos de mucho calor.

Cuando llega su turno, los clientes que le sucedemos no podemos evitar escuchar la conversación con la empleada del banco. Por lo expuesto, el joven acompañaba a la señora con la intención de infundir respeto y nombrándose el representante de la defendida, ya que podría catalogarla así. En consecuencia, la señora hacía gestos propios de verse complacida de estar acompañada por tan sofisticado sujeto.

La determinación del caballero era resolver un trámite bancario para hacer de la señora una cliente propia. Llevársela de la entidad ajena a la particular. Pero antes de esto, el señor se permite, entre argucias, cuestionar el trabajo de la empleada e importunarla sobremanera haciendo constar que requería de cierto trato por "ser quien es". Por ser un pipiolo parlanchín, recién titulado y estrenando chaqueta y corbata.

Tal vez piensa el caballero que merece mejor atención por ostentar su vestimenta de etiqueta que el que aparece en chanclas en plena ola de calor, más práctico pero menos elegante. Por lo visto no le sirvió la indumentaria para tener pase vip, por más que insistió incomodando a quien le atendía y haciéndole quedar por ignorante, requiriéndole trámites que la empleada no podía realizar por su categoría profesional. 

No sé si piensa el encorbatado que tiene que ser mejor atendido que un quinqui. Lo que ocurrió es que tuvo que hacer la cola de igual forma que el que vestía de rebajas. Todos los presentes fuimos cómplices de una lamentable actuación y confirmamos la lección: las apariencias engañan. Y más si van bien vestidas.

domingo, 9 de septiembre de 2012

El mayor miedo

Uno de los mayores miedos a los que nos enfrentamos los seres humanos es la muerte. Tal vez no tanto a la propia como a la de nuestros familiares y allegados. Seguramente, pensar en la propia defunción es un tema que no tenemos en consideración mientras somos jóvenes o gozamos de buena salud.

La vida evoluciona, hoy manejamos muchos ámbitos de nuestra cotidianidad cada vez con más facilidades y de manera muy cómoda. Cada día conocemos innovaciones tecnológicas, aplicaciones que nos permiten pedir una cita con el médico con sólo pulsar un clic o comprar sin movernos de casa. Sí, las cosas cambian. La vida mejora, pero, ¿cómo iban a imaginarse nuestras abuelas que iban a ver el mundo como es hoy? 

El temor, el miedo y los sentimientos son difíciles de controlar. De hecho, me atrevería a afirmar que en este ámbito poco ha cambiado. Me refiero a que mi abuela sentiría la misma pena ante la muerte de un familiar cercano de la que puedo sentir yo. En sus tiempos y en los míos sentiríamos la misma angustia. Par eso no se han inventado recetas ni preceptos.

En ocasiones, podemos prepararnos para entender un tránsito difícil, como la muerte de nuestros antecesores, por muy dolorosa que sea. Lo que nos cuesta más comprender y asumir es perder a nuestros descendientes. Y es que para eso no estamos preparados. La muerte no siempre tiene la misma cara. Si hablamos de una persona mayor y enferma, hasta podríamos entender su pérdida. Pero ¿cómo nos enfrentamos a la muerte de un hijo, de un hermano o amigo joven que acaba de empezar a vivir; sin patologías ni problemas de salud?

En nuestra sociedad la muerte es una pérdida, el acabose. Otras culturas la celebran, la consideran un tránsito al más allá. En México celebran el día de los muertos rindiéndole honores a quienes fallecen, les hacen ofrendas de cosas que deseaban mientras vivían, como manjares o cigarrillos.

Nosotros nos hemos educado en el sufrimiento en cuanto a la muerte. Por eso,hoy creo que por mucho que se avance en el ámbito médico, tecnológico y social, los sentimientos intrínsecos de los seres humanos no entienden de progresos. Podemos aprender técnicas de control y relajación para llevar mejor la ansiedad y sobrellevar el día a día, pero ante la muerte no sabemos luchar. Es una desconocida que nos sigue ganando terreno y a la que, después de miles de años, tememos de la misma manera.