jueves, 1 de mayo de 2014

Uno de mayo

Hoy he cambiado el uno de enero por el uno de mayo. En el día que se conmemora el trabajo no puedo dejar pasar la oportunidad para hacer una breve reflexión. Hoy, que el empleo más que un derecho es un privilegio y que está sólo al alcance de unos pocos. Ni siquiera de los más válidos o expertos, sino de quien tiene la oportunidad, la fortuna o quien está real y específicamente preparado para desempeñarlo, que se traduce en hablar alemán, ruso y finlandés o tener una manga muy ancha, casi de campana.

Todos hemos pensado alguna vez en un trabajo que no quisiéramos o no podríamos ejercer. Así como se necesitan agallas y estómago para desempeñar la medicina, es cierto que hay trabajos más agradecidos que otros. No es lo mismo ser recepcionista que teleoperador y a éstos últimos cuántas veces los he considerado por la insistencia que ponen en sacarse el salario muy a pesar de la negativa de los posibles clientes al otro lado del aparato.

Sea sepulturero, funerario o trabaje en el departamento de quejas de una gran superficie, no le importe el lado oscuro de su trabajo, sino que lo mantenga. Y es que parece que no se pudiera quejar. Encima que tiene empleo, no vaya a ser que esté insatisfecho. No se aceptan reclamaciones. Y si quiere dejarlo, hay seis millones de personas haciendo cola.

Mención aparte merece la remuneración, porque no falta quehacer sino dinero para pagarlo. Con la excusa de la coyuntura económica de crisis hay empresarios que se han aprovechado para someter a los trabajadores hasta el punto de esclavizarlos. Por desgracia son comunes las historias de quien trabaja 8 horas y tiene contrato de 4 y quien cobra mucho menos que el salario mínimo interprofesional.

Cuando pensábamos que España era un país de primer orden, mantenido por la construcción y con la visión exterior de que nos gusta mucho la fiesta y el entretenimiento. Olé. Y arroz con bacalao... Porque hace años que no compramos ladrillos.