Sólo tras estar expuesto al ruido continuado y exponencial se puede apreciar la pasividad y la calma que proporciona el silencio. Pero si lo pensamos, nos habituamos al ruido desde que nacemos. Ya venimos al mundo gritando o llorando y es natural la emisión de sonidos como el llanto, el gemido o la propia voz.
La palabra es una forma de comunicación sonora; desde niños aprendemos
el código que nos permitirá expresarnos, ya sea hablando, cantando,
susurrando o vociferando, pero el sonido es esencial en una cultura que cada vez respeta menos los silencios.
La relajación se entiende en un entorno tranquilo y alejado de emisiones sonoras molestas. La acumulación de los ruidos que percibimos a diario puede ser agotador y desquiciante: el tráfico, los trabajos industrializados, los teléfonos, etc. Sin embargo, es posible establacer ese entorno para la reflexión con un hilo musical suave y agradable. Por lo tanto, lo preciso es ajustar el nivel del sonido y su velocidad.
Escuchando la retransmisión radiada de un partido de fútbol es difícil estar tranquilo, porque potencia el nerviosismo y la tensión. No obstante, el sonido armonioso de un violín o de un arpa en la misma emisora de radio puede insitar al sosiego.
Necesitamos una banda sonora en nuestra vida, cada cual que escoja su canción.
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