Las apariencias engañan. Es un dicho popular que conocemos y que hemos visto cumplido en más de una ocasión. Esto me ha sucedido con un locuaz comercial con chaqueta y corbata, cuyo comportamiento me ha sorprendido, quizás porque no era lo que esperaba de alguien como él. Entro en detalles.
Hace unos días me encontré en la cola de una sucursal bancaria a una señora bastante humilde acompañada de lo que parecía ser un joven asesor financiero. Mientras nos encontrábamos a la espera, contando los minutos para ser atendidos, el hombre en cuestión no hacía más que recibir y realizar llamadas telefónicas, dándose aires de importancia. Muchos saludos, abrazos y promesas de encuentros, con pintas de quedar en vano. Permanecía muy inquieto, soportando estoicamente, para mi asombro, una sofisticada indumentaria en tiempos de mucho calor.
Cuando llega su turno, los clientes que le sucedemos no podemos evitar escuchar la conversación con la empleada del banco. Por lo expuesto, el joven acompañaba a la señora con la intención de infundir respeto y nombrándose el representante de la defendida, ya que podría catalogarla así. En consecuencia, la señora hacía gestos propios de verse complacida de estar acompañada por tan sofisticado sujeto.
La determinación del caballero era resolver un trámite bancario para hacer de la señora una cliente propia. Llevársela de la entidad ajena a la particular. Pero antes de esto, el señor se permite, entre argucias, cuestionar el trabajo de la empleada e importunarla sobremanera haciendo constar que requería de cierto trato por "ser quien es". Por ser un pipiolo parlanchín, recién titulado y estrenando chaqueta y corbata.
Tal vez piensa el caballero que merece mejor atención por ostentar su vestimenta de etiqueta que el que aparece en chanclas en plena ola de calor, más práctico pero menos elegante. Por lo visto no le sirvió la indumentaria para tener pase vip, por más que insistió incomodando a quien le atendía y haciéndole quedar por ignorante, requiriéndole trámites que la empleada no podía realizar por su categoría profesional.
No sé si piensa el encorbatado que tiene que ser mejor atendido que un quinqui. Lo que ocurrió es que tuvo que hacer la cola de igual forma que el que vestía de rebajas. Todos los presentes fuimos cómplices de una lamentable actuación y confirmamos la lección: las apariencias engañan. Y más si van bien vestidas.
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