En estos días que vivimos, y a contracorriente con los tiempos, estamos presenciando frecuentes ataques a la homosexualidad. Son acontecimientos que se han convertido en exposiciones mediáticas porque hay países en los que se respeta la condición sexual, pero otros que van muy atrás en cuanto a la tolerancia en este sentido, como ocurre en Rusia.
Un joven ruso fue asesinado recientemente y sometido a torturas por grupos de extrema derecha, que se han convertido en atacantes de personas gays. El último caso conocido apunta a un chico al que agredieron en su propia vivienda y que falleció posteriormente como consecuencia de las heridas que le causaron.
Hace unos días, un periodista del mismo país fue despedido la noche que decidió anunciar en directo que era homosexual. Firmó su propia condena cuando se equiparó a Putin y a otros representantes políticos, abogando por la igualdad de oportunidades.
Dos atletas rusas se besaron en el podio tras recibir una medalla de oro en los Campeonatos Mundiales de Atletismo, por los méridos obtenidos en la competición. La instantánea saltó de inmediato a los medios y hay quien la ha calificado como apoyo a la comunidad gay. Éste es uno de los supuestos en que se desvía la atención deportiva a los detalles nimios. En lugar de congratularse por el esfuerzo, se especula con la intencionalidad del gesto.
Cuando se lucha por el respeto, la tolerancia y la convivencia, y cuando la legislación ampara cada vez más y en más lugares los derechos de los homosexuales, hay países donde aún se condena y se persigue esta condición. Es equiparable a los casos en que se condena a la mujer a la reclusión en el hogar o a la muerte por haber cometido una traición familiar. Todos ellos bañados por el mismo jugo: intolerancia.
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