Seguramente recuerda una situación que vivió de niño a la hora de saludar a personas desconocidas para usted, pero allegadas a su familia, que insistían en acariciarle, hacerle carantoñas y pedirle besos. Me refiero a la típica escena donde una señora mayor le recuerda cuánto ha crecido y le pregunta sobre sus progresos escolares.
Por esto me he parado a pensar en la forma de saludarse que tiene la gente y he aquí mis conjeturas:
Los hombres, entre sí, tienen otro código. Para saludarse basta con darse unos golpecillos en el hombro o darse la mano. En ocasiones apenan pronuncian un escaso: "Ey".
Las mujeres somos más habladoras. Normalmente nos extendemos cuando nos encontramos con un conocido. Hacemos un balance de nuestras vidas tras haber estado meses sin saber de la otra persona. Encontrarse casualmente con una amiga en el supermercado o en la calle implica cierto retraso asegurado en los planes previamente establecidos.
¿Y cómo se saludan los niños? Son amigos, sinceros, espontáneos y muestran a flor de piel sus sentimientos. Basta con ir a un centro infantil para presenciar el alboroto y el jolgorio que forman al encontrarse.
¿Y los abuelos entre sus coetáneos? Aquí los protagonistas son las batallitas y los achaques. Justo después de haber vanagloriado a sus nietos, que si alguien no tiene modestia es porque no tiene abuelos.
Pues nada más. Me despido saludándole atentamente y deseándole un buen día.
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