Hablando estos días con uno de los contactos de mis reportajes, me ha hecho recaer en una idea que considero que es poco reconocida. Todos tenemos la costumbre de hacer fotografías de nuestro día a día, de singularidades que apreciamos y que hoy están a nuestro alcance, más si cabe, gracias a los dispositivos electrónicos.
Cámaras digitales y teléfonos de última generación son los capturadores de la presa fácil. ¿Quién no ha sacado una foto con el móvil y la ha dispuesto en una red social? Pues bien, aquí empieza la reflexión. En estas plataformas también existe la opción de ver y compartir las instantáneas de nuestros amigos, que al ser publicadas son, por ende, públicas.
El contacto en cuestión se dedica a la fotografía de manera profesional y me ha hecho saber el poco respeto que se muestra a su trabajo y la facilidad con la que la gente le solicita sus fotos, sin recaer en que a eso dedica su tiempo y su esfuerzo.
Para los fotógrafos sus obras constituyen un sustento económico y al publicarlas pierden en muchos casos los derechos de autor que se le presuponen.
Desde aquí muestro mi respeto por los profesionales gráficos que tan buen trabajo hacen y a los que encumbro como profesionales. A los que cada vez que pulsan el botón, el "manos arriba" se les revierte.
Pues que mala suerte los pobres.
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