Últimamente,
cada vez que se aproxima una tormenta a Canarias las autoridades no
tardan en declarar la alerta meteorológica. Tras la terrible Delta y
sus nefastas consecuencias, todo son prevenciones.
Pero una
cosa lleva a la otra y apenas caen unas gotas y ya todo el mundo está
con el miedo en el cuerpo. La declaración oficial del tiempo
adverso, seguido de la suspensión de clases escolares y la
imprescindible recomendación de cuidado al volante son más que
habituales en las pocas épocas de lluvia intensa que tenemos en las
islas.
Está bien
prevenir y estar informado, pero considero excesivo que se decrete
una situación como más grave de lo que es. Que llueva es normal en
otoño e invierno y que corra el agua pluvial por los barrancos no es
una epopeya, puesto que es la mera función natural que tienen.
Como
tenemos poca costumbre, creo que es hasta lógico el asombro, pero no
me parece adecuado dejar de trabajar o de acudir a los centros
educativos. Cierto que las carreteras se colapsan cuando llueve, que
nadie quiere mojarse, pero existen los paraguas, las botas, los
guantes, los gorros, los anorak. No llevamos bien el frío. Y no
digamos si hay truenos o si deja de funcionar el abastecimiento
eléctrico. Eso ya es otro cantar.
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