Se considere usted amante de la fotografía, un mero aficionado o tenga terror a las cámaras, seguro que le han retratado en más de una ocasión. Ya sea para tener recuerdos familiares o para ampliar el álbum de fotos digital que ocupa las memorias de ordenadores y teléfonos móviles. Y es que revelarlas ha pasado a un segundo plano.
Nadie se escapa de las fotos y hay quien piensa que si no publica imágenes que den fe de todo lo que hace en su día cotidiano no tiene vida. Seguro que conoce a alguien así, que le hace partícipe desde lo que ha comido, dónde ha pasado su tiempo libre y haciendo qué y hasta posa para mostrarle a todos sus contactos virtuales el nuevo modelito que ha adquirido.
Las redes sociales se hacen especial eco de este fenómeno. Hasta hay una de ellas específica para instantáneas. Hablo de Instagram, la cual he descubuierto recientemente y me gusta bastante. En este caso abundan fotos profesionales, curiosas o detallistas y permite emplear varios efectos.
La tecnología para captar imágenes ha variado considerablemente. Comenzaron con cámaras sencillas, proliferaron las ópticas y hoy es muy común obtener fotografías mediante dispositivos móviles (teléfonos, tabletas, etc.). Qué nostalgia me transmiten las cámaras artesanales que fabricábamos en clase de fotografía con una caja de cartón pintada de negro.
Sea como sea, las imágenes forman parte de nuestra vida. Sirven para identificarnos, desde el DNI hasta el currículum vitae. En ésas no solemos salir muy favorecidos, siempre se podría cambiar por una pose poniendo morritos, como hacen algunos.
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