En estos días que se celebran los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro vemos en televisión a deportistas que parecen héroes. Personas que se esfuerzan por conseguir metas, que trabajan día a día y los mejores acaban reconocidos con una medalla. Todos, los que consiguen la distinción y los que no, se exponen a una rutina de esfuerzo, dedicación y constancia que merece el mayor de los triunfos.
Como una historia secundaria dentro de los Juegos hemos conocido la recriminación de una maestra que tuvo Michael Phelps, el campeón americano de la natación, el mejor deportista de todos los tiempos. Al medallista olímpico también le dijeron que no, que no servía, que no tendría éxito en la vida. Fuera motivado por esta cuestión o por otra totalmente ajena, la superación del deportista y sus logros a nivel deportivo son indiscutibles y, sin duda, ha alcanzado el éxito.
Hoy Phelps se ha convertido en el ejemplo de muchos deportistas, es admirado por personas de todo el mundo que consideran su gran valía y será ejemplo para otros muchos. Me gusta su historia, su afán y su decisión por refugiarse en lo que le gusta y en lo que es bueno. Sobre todo destaco su valor por demostrar que sí se puede. Me ha dado por pensar qué estará arguyendo esa maestra, que ha recibido, como se dice vulgarmente, un "zas en toda la boca".
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