Recientemente hemos conocido varios casos de matrimonio infantil que se han dado en países no tan lejanos al nuestro. Se trata de casos de esclavitud para niñas que son vendidas por sus propias familias.
En ocasiones las entregan a señores que les triplican la edad y con los que van a tener que mantener una vida marital. Son escenas lamentables, sobre todo evitables, que muchas veces tienen un trágico final para las menores, quienes incluso han llegado a morir en la noche de bodas o tras un parto fruto de una violación.
Otras veces se produce el matrimonio entre dos niños cuyas familias se han encargado de emparejarlos. El último que conocí se dio en Egipto. La escena presenciaba a dos infantes vestidos de gala y cuyos ojos transmitían a gritos miedo e incertidumbre.
En pleno siglo XXI tenemos cosas que nos merecemos porque las hemos hecho posibles, como que determinados gobernantes estén al mando de países influyentes. Pero eso es una nimiedad en comparación con lo que sufren ciudadanos que no son considerados y que sufren el yugo de una sociedad abusiva, machista y autoritaria que maneja a su antojo la vida de los seres que la componen.
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