Escuché a un psicólogo hablar sobre la imitación de conductas que realizan los niños desde que son muy pequeños. Cuando se es un bebé, repetir las acciones de los adultos es la manera de aprender. De hecho, para adquirir la capacidad de hablar no hacemos otra cosa que imitar a quienes escuchamos. Lo mismo ocurre para caminar, para comer y muchas otras aptitudes.
El especialista se refería a que ya en la edad adulta, en los tiempos que vivimos, es más fácil imitar a los demás que defender una personalidad propia. Los jóvenes idolatran a personas que admiran: cantantes, futbolistas, modelos, etc. Las redes sociales se han convertido indudablemente en una catapulta de exhibiciones que entrañan modos de vida que se repiten a semejanza.
No tengo que plantearme si soy una imitadora o si soy imitada. Me refiero tanto a la manera de actuar como a la gesticulación, la vestimenta y los modos en general. Si me fijo en mi entorno de relaciones personales, creo deducir que hay quien se fija en mí, pero probablemente yo tome como referencia a otras personas a las que me gustaría parecerme.
Si aprendemos imitando, quiero ser una copiona. Quiero reflexionar como lo hacen los pensadores que me hacen plantearme cuestiones de la vida diaria. Quiero escribir como los escritores a los que leo y quiero emocionar como quienes hacen que me emocione. La cuestión principal es tener buenos ejemplos y poder interiorizar ese conocimiento hasta hacerlo parte de nosotros.
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