Cada día con nuestra actitud y con los hechos que realizamos tomamos decisiones acertadas y otras que no lo son tanto. Ya puede ser elegir el color de la pintura para el salón, decidir hacia dónde encaminar el futuro profesional o depositar la confianza en alguien. Éstos y muchos actos que emprendemos pueden ser erróneos, fallidos, pero lo más importante es de la manera que repercuten en nosotros.
En estos tiempos no es muy frecuente adelantar el corazón a la razón. La mayoría de acciones se llevan a cabo buscando algún resulado beneficioso, ¿y qué pasa si me equivoco? ¿Si no elegí la carrera correcta, la pareja correcta o si no soy la persona correcta? Seguramente yerro, pero he sido capaz de tomar mis propias decisiones. He hecho caso a la vocación más que a las salidas profesionales; al amor más que a la apariencia y me gusta ser como soy, no como otros quisieran que fuera.
Me equivoco, lo aseguro, todos los días, pero tengo la libertad de rectificar, de corregir, de sumar o restar lo que he aprendido de mis propias vivencias. Y pienso seguir empleando el mismo método, aunque haga tachones.
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