Mañana se celebra el día de la madre. Se reconoce la grandeza de la mujer para dar vida. Reconozco, respeto y admito a las madres, pero también, y por supuesto, a las mujeres que no lo son.
A aquellas que han decidido no serlo. Sin más. Lo triste es que tengan que dar explicaciones de esa decisión, que más allá de que pueda ser por anteponer la vida profesional a la familiar, por no querer asumir esa responsabilidad o no poder concebirlo, es una cuestión meramente personal de la que no hay que dar explicaciones a nadie.
Una mujer que no es madre es igual de mujer que la que lo es. Es capaz de brindar el mismo amor, de ser cómplice y de saber compartir valores y educar. Lo puede hacer con otras personas que no sean sus hijos y no tiene merma en su carácter.
El feroz ritmo de vida de este siglo, la constante brecha que atraviesa la mujer en la incorporación al trabajo, las exigencias sociales y el persistente machismo han retrasado y lastrado sus posibilidades para independizarse y tener familia, a pesar de su idoneidad formativa en muchos casos.
Hoy aún se mira con rareza a quienes deciden no ser madres. Al hombre rara vez se le piden explicaciones, pero la mujer parece tener que dar cuenta de sus determinaciones. Y luego vamos de modernos, liberales e igualitarios.
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