Mi abuela lleva una semana ingresada en una clínica de Puerto de la Cruz. Sufre una enfermedad transitoria que se le ha repetido tras unos meses. Como compañera de habitación tiene a Isabel.
Isabel es una anciana de 81 años. Es entrañable desde mi punto de vista. Delgada y con unos ojos muy expresivos. Su estado de salud es más débil que el de mi abuela; de hecho, ha sufrido varias crisis desde que está hospitalizada.
Antes de ingresar en la clínica, permanecía en una residencia para mayores. En una semana, la que llevo yo visitando su habitación, sólo ha venido una persona a verla. Según relata mi abuela, su hijo vive en el sur de la isla.
Ayer sufrió y expresaba constantemente su malestar. Había hecho sus necesidades en el pañal y no hacía más que quejarse. Yo intenté tranquilizarla a la vez que hice saber al personal que necesitaba que la limpiaran. Ella habla muy levemente y supongo que sufre algún tipo de demencia.
Créanme si les digo que habla con la mirada. Suavemente me dijo que le diera la mano y no pude resistirme. Sus dedos, fríos pero cálidos me envolvieron. Sólo necesita cariño, compañía, atención, que los sanitarios le dediquen algo más de tiempo, que la comprendan.
Dentro de su debilidad esconde carácter. Ante tanta espera y tras tiempo de haber hecho sus necesidades, expresó: "Pues me cago toda". Y lo había hecho hace rato. Solo con hablarle y asegurarle que vendrían a cambiarle se calma. Pero para esto hicieron falta una hora y veinticinco minutos.
Aquí dejo mi denuncia, que va acompañada de indignación y de mis sucesivas reclamaciones al personal sanitario, porque todos los mayores necesitan un cuidado digno, sobre todo cuando no está su familia para asistirles.
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