En los últimos días ha salido a la luz el caso de los sacerdotes de Granada imputados por la vís judicial por el presunto abuso sexual de menores. La víctima relató el acontecimiento al Papa y éste lo incitó a denunciarlo. Dejando a un lado lo que tiene de singular y de mediático, no puedo dejar de significar la condena social que se realiza a los implicados en casos penales.
Ya sean tramas de corrupción, casos de abusos sexuales, terrorismo, violencia de género, etc., cuando se da a conocer uno de estos sucesos, se genera automáticamente una respuesta de repulsa por parte de los medios de comunicación, que se magnifica en la cuidadanía, y se convierte en tema de conversación.
Es injusto, claro que sí, pero lo califico como el reflejo de una sociedad madura y sensible. Si no nos impactara y no criticásemos casos de este calibre, tal vez no significarían nada y apenas serían reseñables.
Sin ir más lejos, conocimos cómo tirotearon a un niño de doce años en Estados Unidos porque portaba una pistola de juguete. En España no podría ocurrir, parece inverosímil y conllevaría un error fatal en la carrera policial de los agentes. No me pregunto por qué, sólo afirmo que una sociedad capaz de movilizarse sigue teniendo sangre en las venas.
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