Ayer conducía por la ciudad y delante de mí iba un coche blanco. Al momento me percaté de que de una de las puertas traseras salía una pequeña mano que sostenía una botella plástica de agua sin tapón. Me invadió la curiosidad y lo seguí durante varios metros hasta que en una curva pude ver de lo que se trataba.
Era un niño, de unos 6 o 7 años de edad, moreno y con una gran sonrisa alumbrando su cara. Estuvo un buen rato, al menos hasta que yo tomé otro camino, soportando la botella por fuera de la ventanilla con la intención de que se llenara de agua de lluvia. Pues vaya trabajo, pensé.
Me hizo sonreir, reflexionar y admirar la ilusión que tenemos cuando somos niños, de qué manera creemos poder solventar cualquier inconveniencia. Vaya usted a saber cuáles serían la propiedades milagrosas de las gotas de lluvia. Desde luego que las guardaría como un valioso tesoro. Y con razón.
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