jueves, 13 de octubre de 2011

Sí, papá

Uno de los propósitos que tienen los padres y madres desde que lo son es educar a sus hijos para que se constituyan buenas personas, que se crien siguiendo unas pautas sociales y de comportamiento para lograr que sean miembros de una gran comunidad que es lo que se ha venido a llamar la sociedad.

Los progenitores se preocupan de que sus críos adquieran buenos modales, sepan mantener una buena actitud ante otras personas, sean buenos estudiantes, en fin: personitas educadas y muy disciplinadas. En palabras del psicólogo Wayne Dyer se educa a los hijos como personas dependientes, cuando los padres insisten en que los niños son independientes y "mayores" cuando son capaces de comer o ducharse sin la ayuda de un adulto.

El objetivo que tiene cualquier "buen padre o madre" de hoy es proporcionar a su criatura la mejor educación, pagarle la excelencia de colegios privados, comprarle la última consola o las zapatillas más caras que se encuentren en el mercado. Entonces, ¿a qué precio quiere lograr que su hijo sea un ser independiente, maduro y social? ¿A golpe de talonario?

El profesor Dyer afirma que la adquisición de hábitos sociales o de comportamiento coarta la verdadera libertad y personalidad del niño. Cuando uno es un niño no atiende a disculparse por eruptar, tener ventosidades o meterse el dedo en la nariz. Son los padres quienes corrigen esos gestos e insisten en que se eviten o en que el pequeño pida perdón por realizarlos. Así entendemos que desde un primer momento los niños se someten a múltiples ademanes que le hacen acostumbrarse a decir "gracias" o "que tenga un buen día" a personas que ni siquiera conoce.

Aprender a comer con cubiertos y a que le riñan por mancharse las manos y chuparse los dedos, disponer de un tiempo determinado para comer o para dormir son hábitosde la vida cotidiana a los que se acostumbra a los niños haciendo que se comporten como adultos y pierdan parte de la espontaneidad que les caracteriza como infantes.

Quienes educan a sus hijos mimándoles y otorgándoles caprichos para evitar que lloren, comprando todos sus antojos para que no tengan menos que sus compañeros y sin exigirle obligaciones para que no se agobie, no son  padres que se dediquen a educar a sus descendientes, sino a complacerlos.

Los niños tienen que conocer el esfuerzo y el sacrificio y deducir que pueden obtener logros o fracasos, todo adecuado a su justa medida. No es un buen prototipo el padre autoritario ni tampoco el consentidor. Un buen padre o madre es quien se preocupa por que su hijo se esfuerce por conseguir sus propósitos y le apoya y le anima, quien quiere que aprenda y que tenga iniciativa, que su hijo sea un niño y no una réplica de un adulto.

La infancia es la época más bonita de la vida, la que se recuerda con más añoranza. Lo mejor es que se disfrute de una infancia elegida por el niño, pero supervisada por los padres. Que no se le imponga dónde y con qué jugar pero que tampoco se permita que los niños se conviertan en seres consumistas y envidiosos de lo que otros poseen.

Educar en valores, enseñar a disfrutar de los pequeños placeres y compartirlos es una garantía de la buena educación de los hijos, siempre que también sea grato para los padres.

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