Una tarde de un viernes de enero. Ha comenzado a llover, débil pero constantemente. Me he puesto nostálgica y empecé a escuchar boleros.
Llueve. Un abuelo espera en una parada de guaguas bajo un gran paraguas de color verde oscuro. En la acera de enfrente un hombre maduro, aunque aún joven, acelera el paso cargando bolsas pesadas y vestido con bermudas. Sus zapatos rojos se van llenando de pequeñas gotas de agua.
Y boleros, qué mejor que escuchar boleros para acompañar una tarde de un viernes de enero mientras voy conduciendo en busca de lo que completará este fin de semana.
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