Sólo pensar en las declaraciones que han ofrecido algunos representantes políticos o los comportamientos que han adquirido en la vida pública nos hace recordarlos con una sonrisa. No precisamente porque nos haga gracia, sino porque nos avergüenza o nos ruboriza.
Que en pleno siglo XXI, que debiera ser competente y ejemplarizante, nuestros políticos se caractericen por aparacer tras una pantalla de plasma, salir huyendo de la Cámara, jugar a Candy Crush Saga en una comparecencia parlamentaria o cortarse las uñas emplazado en su escaño, no es irrisorio, es penoso.
La alcaldesa de Madrid no dejó en buen lugar su inglés con el "café con leche en Plaza Mayor" y la de Valencia está de moda con el "caloret". Son protagonistas de bromas y memes y no es de extrañar. En lugar de medir sus apariciones públicas, son tan triviales que ocasionan miles de reproducciones y risas. Tal vez sea esto lo que buscan, porque ya se sabe que lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal.
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