Estos últimos días con motivo de las actuaciones de grupos radicales, han aparecido en televisión imágenes de cómo matan y torturan a los infieles, a aquellas personas que no piensan como ellos o incluso contradicen los actos que se cometen con el pretexto de la religión.
No sólo graban lo que le realizan a quienes han capturado, sino que hacen públicas imágenes del reclutamiento de niños que pasarán a ser los futuros combatientes. Para ser uno de ellos es preciso someterse al dolor. He visto cómo pegaban patadas a niños en la zona abdominal o cómo les golpean con palos. Este ritual forma parte de la preparación y los padres no sólo lo permiten, sino que lo ven como algo habitual; debe se ser hasta un orgullo.
El mundo occidental se ha conmocionado al ver con la rabia que destrozaban esculturas históricas. Y es cierto que uno no puede permanecer inmóvil ante tanta barbarie, ante la desolación. Pero más allá de la historia, no entiendo una religión que justifica la matanza a seres inocentes, que quiere callar a quien no habla igual que ellos a golpe de pistola.
Condeno estas actuaciones como lo hago con cualquier expresión de violencia, pero lo que no tolero es que el islamismo sirva como razón para aterrorizar al mundo y para sembrar la semilla del odio, la crueldad y hacer como si los derechos humanos fueran cosa de un pasado remoto.
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