Recientes casos que han acontecido dan a conocer la maldad que pueden llegar a profesar ciertos padres, que no merecen ser llamados así. Se han hecho mediáticos varios sucesos que han desvelado a progenitores que han acabado con la vida de sus hijos.
El primero al que me refiero es el de la mujer americana que contrataba a hombres para que violaran a su hija de 9 años, niña que terminó falleciendo como consecuencia de los actos a los que la madre la sometía y que ella misma presenciaba. Cuando conocí la noticia me causó asco, estupor y miedo.
Otro hecho que cobró protagonismo en las redes sociales fue el del hombre que mató a su bebé, quien había superado un cáncer y cuyo padre confesó sentir celos de ella. Acabó con su vida, tras haberle ganado la batalla a una cruda enfermedad y arrojó sus restos a un arroyo. Sin comentarios.
Estos asesinatos contra niños inocentes despiertan el dolor, pero también la rabia y la impotencia. Me hacen pensar en lo que pueden llegar a sentir quienes siempre han querido ser padres y nunca pudieron lograrlo, en la injusticia de que puedan serlo quienes no son capaces de disfrutar de la inocencia y la bondad de sus hijos.
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